Wes Anderson genio centro plano
El cineasta americano Wes Anderson, es uno de los directores más extravagantes de la actualidad, logrando consolidar un estilo propio y reconocible por todos los amantes del cine.
Anderson tiene una paleta de colores característica que se mantiene a lo largo de toda su filmografía, utilizando tonos pastel y una estética retro, en la que nunca falta el sentido del humor ácido con una serie de personajes socialmente incómodos.
"No puedo volver a casa, soy un adulto"
Al mirar las películas de Wes Anderson, quizás lo más interesante es no dar demasiada importancia al hecho de que dos amigos, que se conocieron en la Universidad de Texas, escribieron e hicieron sus primeros cortometrajes hasta que uno de ellos terminó siendo proyectado con éxito en el Festival de Sundance. El resto de la historia que ya conocen o pueden imaginar, fue de Owen Wilson y Wes Anderson, jóvenes que aprendieron a entrar en el mundo y en una cámara. Esa sensación reside en las imágenes de Bottle Rocket, tanto el cortometraje como su primer largometraje, con esa trama de unos pequeños ladrones conectando directamente con un cierto espíritu generacional en el cine independiente americano, precedido por nombres como Richard Linklater, Jim Jarmusch o Hal Hartley.
La inocencia de su blanco y negro, junto con sus notas de jazz, alejaron ya de nuestro mundo la realidad en la que viven sus personajes, interpretados por los hermanos Luke y Owen Wilson. De hecho, ellos mismos se relacionan con el tercero en discordia su robo, omitido por medio de una elipsis durante su breve metraje. Este flash narrativo y su gusto por los diálogos podría haber sido la plataforma de lanzamiento de un largometraje basado en el cortometraje del mismo título, del que incluso repetirían escenas y diálogos. Un debut cinematográfico que fue un fracaso comercial, pero en el que como cineasta y actor, respectivamente, asumen que nunca volverán a casa -y no lo hicieron, continuaron su carrera, ya sea escribiendo guiones juntos o por separado- que madurar implica perder, caer del árbol, ser otro para seguir siendo,
Bottle Rocket (1996) amplía los parámetros del pequeño cuento de los ladrones para convertirse en una historia de crecimiento personal cargada de melancolía, lo que la vincula a varias de sus películas posteriores. Sin las características visuales a las que la obra de Wes Anderson se acostumbraría más tarde, más allá del incipiente uso de la cámara lenta y de una juiciosa selección musical, prevalece el retrato de dos perdedores, uno de ellos (Luke Wikson) voluntariamente internado en prisión, el otro (Owen Wilson), tan ajeno a sus problemas como a intentar resolverlos. Ambos, junto con un tercero involucrado en la discordia, organizan un plan de robo para llamar la atención de un pez gordo (James Caan), cuando realmente necesitan una llamada de atención interna.
Sin esforzarse en ser una comedia histriónica o estar de alguna manera construida alrededor de la mordaza, el punto de vista irónico sobre sus absurdos planes y el resultado de los robos, tanto en una librería como en ese almacén, funciona y sirve de excusa para desarrollar la ética de sus personajes, sus incertidumbres construidas a través de una amistad, el primer amor al ritmo de Love and Alone Again Or, o el heroísmo con los Rolling Stones. La historia de un fracaso que termina mal, o al final, como esta pequeña película habitualmente olvidada en su filmografía, a la que entre todos sus personajes -y a pesar de su evolución como cineasta- podemos agradecer que miremos hacia atrás sabiendo que ese extraño loco, brillantemente interpretado por Owen Wilson, seguirá llevando su broma hasta las últimas consecuencias, guardando para su intimidad la reveladora última secuencia de la película, caminando por su destino a cámara lenta. Un final que nos mira a todos con sinceridad porque, como él, nunca volveremos a casa.
"Buscando mi Rushmore"
Max Fischer tiene quince años y es estudiante de Rushmore. También es editor de Yankee Review, presidente del Club Francés, delegado ruso en el Club de la ONU, vicepresidente del Club de Numismática, capitán del Equipo de Discusión, director técnico del Equipo de Lacrosse, presidente del Club de Caligrafía, fundador de la Sociedad de Astronomía, capitán del Equipo de Esgrima, y practica el decatlón en el Equipo de Atletismo, Es director de coro, fundador de la Sociedad de Bombardeo, cinturón amarillo en el Club de Kung-Fu, fundador del Club de Tiro al Blanco, presidente de los Apicultores de Rushmore, fundador del equipo de Carreras de Yankees, director de la Compañía de Teatro que lleva su nombre, y atesora cuatro horas y media de vuelo en el club de aviación Piper Cub. Pero sobre todo, Max Fischer es el estudiante de Rushmore.
Cuando es expulsado de la escuela por realizar una obra faraónica para impresionar al profesor del que se ha enamorado, Rushmore destierra a Max Fischer pero Max Fisher no abandona a su Rushmore. La academia es un centro de élite para niños de familias ricas o estudiantes superdotados como él. Con una capacidad organizativa y asociativa muy alta para sus quince años, encuentra en Rushmore el lugar adecuado para desarrollar sus intereses de forma ilimitada. Rushmore es tan importante para Max Fischer que no es sólo una escuela, es un estilo de vida. Por eso es capaz de sobrevivir a su expulsión, por eso desarrolla muchas actividades en su nueva y desmotivada escuela pública y por eso no deja de intentar seducir a la profesora de la que se enamoró.
El retrato de este excéntrico e increíble joven, es la primera obra redonda de Wes Anderson. Tras su debut con Bottle Rocket (1996), desarrolla en Rushmore (1998) toda la personalidad de su cine; desde el tema -familia, adolescencia-, los recursos estilísticos -viajes, planos simétricos, decorados-, hasta la música pop o la dirección artística. En esta película encontramos todos los elementos recurrentes de su trabajo y, volviendo a ella en perspectiva, va más allá de la etiqueta de simple comedia original para convertirse en una de las películas clave de Wes Anderson. Además, es el comienzo de una fundamental y prolífica colaboración con el actor Bill Murray y la presentación del también recurrente Jason Schwartzman que a pesar de su genio nunca más ha tenido un papel protagonista con tanto peso como este. Al fin y al cabo, es a su favor -y a favor de Wes, por supuesto- que creemos a este adolescente improbable que ha salvado el latín, entre otras cosas. ¿Y qué ha hecho?
Inventores de recuerdos
Wes Anderson nunca tuvo una novia a los catorce años. Tampoco nosotros. Éramos desgarbados, tristes y melancólicos, como Wes. Nos hubiera encantado tenerla y escaparnos con ella a una isla desierta. Allí escucharíamos los vinilos de François Hardy y dormiríamos bien bajo el sol de mediodía. Pero no la tuvimos, la novia a los catorce años, y la mayoría nos conformamos con imaginar amores ninfómanos en la pantalla de un centro comercial. Los de nuestra generación están privados de recuerdos nostálgicos. Por eso consumimos Vintage. Lo más encantador que recordamos es el olor a palomitas de maíz en algún lugar ambiguo durante la campaña de Navidad. Cuando teníamos catorce años, estábamos más cerca de los Supersalidos (Superbad, Greg Mottola, 2007) que de los elegantes paisajes anderianos. Por lo tanto, la estética del director nacido en Houston es una estética obsoleta, de memoria. Un recuerdo de lo que nunca existió, es decir: una novia en la infancia tardía. Anderson construye mundos altamente estilizados porque en el fondo, es un tejano de centro comercial.
Moonrise Kingdom (2012) es otro ejemplo del talento creativo de su director. Talento ampliamente demostrado en trabajos anteriores pero reiterativo (Groundhog's Day), a pesar de los innegables encantos de su cine. Las películas de Wes Anderson, aunque bellas, se presentan como una incontinencia de tics peligrosamente similares. No estamos en contra de esta repetición, después de todo, el artista siempre hace la misma película. En Moonrise Kingdom hay las constantes habituales: familias desestructuradas, personajes y música infantiles, mucha música. Los movimientos de cámara se ejecutan (recuerde la descripción de la casa del personaje principal) con una maestría que nadie cuestiona hoy en día. La cámara se mueve hacia adelante, hacia atrás, vertical y horizontalmente. La cámara es para Anderson lo que la caligrafía es para el escritor de cartas de amor; su sello de distinción. El director comparte con Scorsese y otro Anderson (Paul Thomas), el gusto por el movimiento. Los panoramas, los barridos e incluso el uso del zoom, muestran la naturaleza inquieta del autor.
El hecho de que la historia sea menos abigarrada en su enfoque que otras obras de Anderson, no hace que este reino de la luna sea una obra a despreciar. Moonrise Kingdom es una película discreta, pero no menos, sobre todo, una película hermosa y preciosa. No sabemos si está lejos de los hoteles de la vieja Budapest, pero lo que sí sabemos es que Moonrise Kingdom es la postal de una época que nunca existió. Un recuerdo de buen gusto. Un pellizco vintage que nos parece falso, y sin embargo irresistiblemente encantador. ¿Quién recuperará los amores que nunca vivieron...?
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